" Es que el pueblo no habla el mismo lenguaje que nosotros.

Su abecedario no tiene letras, sino apenas

formas, movimientos, gestos. Y no es que el pueblo sea

analfabeto, sino que quiere decir cosas

que nosotros ya no decimos"

Rodolfo Kusch en Indios, porteños y dioses,

Stilcograf, Bs. As., 1996, p. 116



"La Manifestación". Antonio Berni

Silabario




" Es que el pueblo no habla el mismo lenguaje que nosotros. 
Su abecedario no tiene letras, sino apenas


                                                                  formas, movimientos, gestos. Y no es que el pueblo sea
analfabeto, sino que quiere decir cosas
que nosotros ya no decimos"
Rodolfo Kusch en Indios, porteños y dioses,
Stilcograf, Bs. As., 1996, p. 116





           

            En 1930, Ricardo Rojas editó un libro de destino azaroso: Silabario de la decoración americana.[1]
            La elección del título apuntaba a un programa de lectura cuya praxis debía desplazarse entre los términos enseñanza/aprendizaje como campo de experimentación de una estética, una moral y un método de investigación.
                                    Mi obra es apenas una incitación para empezar a descifrar estéticamente los signos del arte americano.[2]
            Nuestro propósito es, también, un deletreo. Deletrear los signos que organizan el sentido de nuestras vidas, descifrar las oscuridades, los "adentros", "el pánico alfabeto" que Rubén Darío[3]  supone preexistente en América: pensar y poetizar desde el alfabeto mismo.
            Rescatamos, en vistas de nuestro objetivo, el camino de los dos vectores básicos de las configuraciones sociales: plan y ritmo. Seguimos en esto a Ricardo Rojas y procuramos actualizar su proyecto amplificando el campo de lectura.
            En otros términos, aspiramos al riguroso examen de los semas fundamentales que configuran mensajes latentes, perdidos u olvidados  en la contracara de los discursos oficializados. Son intradiscursos cuyas coordenadas invisibles se trazan a partir del único sujeto que siempre está de pie, aún cuando esté acostado, el pueblo, como gestor (conservador, creador y garante) de una actividad esencialmente dialógica (más que un  antidiscurso ; una simple "habladuría") nacida del esfuerzo colectivo por formalizar una singularidad que a primera vista se define como desaforada y caótica.
            Esta tarea de interpretación y argumentación tendería, en primera instancia, a una praxis amplificadora de la institución académica 
( "estaqueada" en lo escrito como mera fijación del código dominador, fuerte Sancti Spiritus de la inseminación artificial de la cultura) mediante una inmersión en los espacios geoculturales. Dichos espacios, "inscriptos" en zonas discursivas no formalizadas, pero necesarias para constituir el objeto básico de los más variados intentos de trazar las coordenadas que hacen posible la comunicación entre los pueblos, que textualizan y anudan las densificaciones del pensamiento.
            Este intento de superación de la lógica causal mediante la colaboración de una lógica (¿razón?) poética , es lo que nos hizo postular, con Rojas, un ritmo.
            Dicho ritmo es la modelización de aquellos componentes, aún no definidos pero posibles de conformación, que Kusch denominó "operadores seminales", "esas cargas simbólicas que orientan la articulación  del sentido del habla", que "cargan de sentido el quehacer en tanto responden a la pregunta que el habla no logra concretar": es empeñarse en hurguetear el "secreto de la habladuría"[4].
            Se trata del despliegue harapiento y caótico de la autoconciencia como asimilación de una historia de quinientos años por un lado; y de la realidades y exigencias de milenios de estancia del hombre en estas regiones.
            Desde este punto de vista, nada es prescindible.  Rescatamos, por eso, y valoramos el discurso monológico del "especialista". Pero obviamos, en este sentido, ciertos atisbos de dictadura epistemológica enquistados en algunos recintos universitarios; y reivindicamos, asimismo, la democracia como forma eficiente de manifestación de los pueblos en el campo de la  investigación.
            Ellos son los garantes del discurso dialógico como "entierro" (tesoro escondido) de los humildes, los portadores de un lenguaje cuyos signos milenarios no se refugian del desamparo en las casamatas abstractas de la mimesis estructural, sino que laten en los "negros reprofundos"[5] del corazón de las comunidades. Desde allí despliegan sus posibles una nueva moral cívica, un arte, una pedagogía y una política capaces de reunirnos en una conciliación racional frente a las fuerzas ajenas que se han apropiado de nuestros signos y de nuestros significados y que tienden desde allí las líneas de un mensaje cargado de acechanzas e incertidumbres.
            América ha creado en el pasado y puede seguir creando en el futuro formas invulnerables a la traducción unidimensional, como norma mediatizadora del opresor.
            Se ha comprobado, por ejemplo, que los quipus no sólo no pudieron ser demonizados como, según algunos, sucedió con otras configuraciones precolombinas (las mesoamericanas), sino que tampoco pudieron ser traducidos en favor de la representación colonial europea. Resultaron ilegibles fuera de su tradición. Eran, sin embargo, el desarrollo de una tecnología y un modo de expresión.
            Una estructura textil, literalmente un texto, irreductible para la razón europea ("el círculo de ideas" que mentó Sarmiento, Facundo, cap.II) incapaz de interpretar lo no trazado en una superficie, en una "pampa desierta", extendida como un cuerpo de mujer, esperando ser sometida y penetrada por la escritura.
            Una aspiración legítima, pensamos, sería comenzar a configurar la parte nuestra no textualizada o agazapada en un trazado ecográfico (coordenada invisible), en los "reprofundos" de la escritura como eficacia vivencial de la estructura.
            Pudieran suceder, entonces, algunos fenómenos inexplicables: alguien comenta, aunque no le sería fácil probarlo, que las "huacas" van a resucitar; algunos susurran, pero nadie les cree, que Tunupa anda de nuevo por los caminos polvorientos de Suramérica; y habladurías, todavía ininteligibles, andan diciendo que hay huellas del Moro de Facundo Quiroga en los recintos habilitantes o facultades. Son todavía pestañeos imperceptibles, señas de truco, temblores no registrados  en la computadora de la biblioteca de la Universidad.
            A riesgo de perder el prestigio de hombres y mujeres civilizados, silabeamos desde el estar no más; dejamos que lo innombrable trote como una sombra despareja y riente, inseparable de nuestras más racionales afirmaciones en los textos imprescindibles de Sarmiento y Hernández, de Borges y Marechal.
            Ante el triunfo aparente del signo sobre lo signado, hemos convenido, siguiendo a Kusch, en sistematizar una estética no del arte, sino del acto artístico; no de la producción, sino de la creación.
            Kusch afirmaba que en América lo viviente permanece en el subsuelo social y recordaba cierto despropósito de Borges  que a lo mejor vale la pena reinterpretar: Borges sostenía que Martín Fierro suele ser defendido por la anti-inteligencia. A pesar de su denuesto, Borges tenía razón: todo lo verdaderamente creativo en la literatura argentina es despliegue del pensamiento plebeyo o sea de los operadores seminales que reorganizan mediante coordenadas invisibles la causalidad mimética.
            Sin estructuras estético-funcionales propias que nos sostengan, aprisionados en la ley impiadosa de la sobrevivencia, corresponde quizá una operación que consista en la asunción de cierta condición de amebas (autodestruyéndonos y autoconstruyéndonos sin fin).
            Este pensamiento antes del pensamiento (europeo); esta productividad de formas antes de la forma ( la estética occidental ) es lo que, parafraseando a Kusch, nos atrevemos a llamar "pensamiento ameboidal"[6].
            Ahora bien, si nuestro objeto de preocupación es Suramérica, no puede quedar ajena a nuestra consideración, la cuestión del fin de siglo y/o milenio que estamos viviendo.
            Acerca de los milenarismos o neo-kiliasmos que suelen ocurrir no es estéril nuestra región. Dichos movimientos, de vieja data en nuestra América del Sur, pueden estar sujetos a una simple ecuación de numerología positivista, pero pueden obedecer al pensamiento estructural de todas las tradiciones y sus proficuas nominaciones: annus coelestis, miriás, kilias, mavantara, kalpa, kapaj-huata o katunes obedecen más bien al Antiguo Discurso (Palaiós Logos) que a los simulacros semiológicos o realidad virtual posmodernos.
            Los "santeros", "umbandas", "carismáticos", "pentecostales" y ainda mais ¿se disolverán en el culto de lo imaginario?, ¿marcharán separados, como sectas, en busca de la poderosa magia de los antiguos? ¿o conservarán el dinamismo de los milenarismo de los SXVII y XVIII?
            Tupac Amaru se dirigió contra la ocupación europea, ¿se dirigirán estos movimientos que, como el irigoyenismo y el peronismo suelen ser multitudinarios, en los años por venir, contra la herencia cultural europea?
            Tanto en el Popol Vuh, como en los  manuscritos nahua y los frescos del templo de Moche  se anunciaba un tiempo de tinieblas en que los utensilios y animales domésticos se levantarían contra sus dueños y los atacarían. La humanidad viviente bajo ese sol sería condenada a desaparecer. Diversas clases de exterminio y destrucción acaecerían: lluvias de copos de fuego, grandes tornados, tremendos terremotos, pestilencias, metamorfosis en piedra.
            Ese pensamiento metafórico late en la entraña de la cultura popular cuya existencia el discurso monológico niega, renegando así de un inagotable objeto de estudio y polémica. Dicho pensamiento, canon de la "cadena necesaria", se manifiesta como algarabía y llanto, como griterío y lamentación, como canto y luto en los lugares de peregrinación y fiesta. Pensamiento, no del yo, sino del nosotros.
            Son esfuerzos de los pueblos suramericanos por salvar su cultura, único bien no embargable. Pero bien que sólo se manifiesta como "bien común". A ningún pobre en Suramérica se le va ocurrir salvar su hambre, sin la dignidad del comer, vale decir, su cultura.
            El pueblo es incapaz de pensarse fuera de su cultura. Pueblos que no conocen otro modo de existir que el comunitario están, seguramente, mejor preparados para formar equipos que los especialistas surgidos del seno de la civilización individualista que se expresa en las universidades. Estas universidades ,en la mayoría de los casos, son estatales, pagadas por todos y teóricamente de todos, pero se constituyen en propiedad y renta de una clase. Si esto sucede en el ámbito del estado, podemos imaginar las direcciones de la llamada enseñanza privada[7].
            En consecuencia, los movimientos milenaristas, desde sus orígenes hasta nuestros días, serán objeto de nuestra consideración y estudio: ya sea desde el punto de vista de la mezcla (sincretismos) o del mestizaje como producción de nuevas maneras de pensar y actuar.
            La lectura del canon de los ciclos, de la "cadena necesaria", nos ubica en la "mitad del tiempo de la oscuridad".
            Una lectura distinta sería la del kipus. Esto es, la imagen de "una cuerda en movimiento vibratorio , provista, por lo tanto, de vientres o nudos":

Cada uno de estos nudos (...) se caracteriza por una profunda decadencia moral o física de los pobladores y el desvanecimiento del estado, un acceso de cólera divina anunciado por fenómenos celestes y un exterminio de la humanidad seguido por un período de tinieblas, grandes alaridos y llantos y el alzamiento de los objetos familiares del hombre y la mujer. Cumplida esta crisis del mundo en todos sus "momentos", anúnciase el nuevo amanecer y surge un nuevo sol, para dar calor y mantenimiento a formas vitales y políticas completamente nuevas"[8]

            ¿En qué silabario se esconde el alfabeto perdido que contiene la orientación y el sentido de nuestro destino suramericano?
            Concluimos con el recordatorio de un episodio no-casual.
            En la sentencia pronunciada en Cuzco por el visitador José Antonio de Areche contra José Gabriel Condorcanqui, su mujer, hijos y "confidentes", prohibía con especial énfasis a los indios el uso de los trajes tradicionales y les ordenaba que se vistieran "de nuestras costumbres españolas". Dicha veda cobraba para el visitador tanta importancia como la censura sobre la lengua autóctona que, de todos modos, continuaría en el habla popular como lengua general hasta la época de la independencia. No en vano, el Acta del Congreso de Tucumán fue redactada en castellano y quichua.
            Nosotros insistiremos en la figura de la escritura/textil como actitud de búsqueda. La figura del silabario comprende, a la vez, el aprendizaje de una praxis social (una técnica industrial) y la exploración de un código no descifrado, no leído.
            El visitador Areche, en su horrenda sentencia, prohibe los uncos[9] (especie de camisetas), yacollas (mantas) y mascapaychas (borlas de alpaca, coloradas). Tales vestiduras deben entregarse, deshacerse, deben "dejarse del todo extinguidas".
            ¿Por qué ese afán depredador sobre las ropas de los indios? Se trata de borrar su significado y su significado guardaba por lo menos dos dimensiones: a) "recordándoles memorias que nada otra cosa influyen, que en conciliarles más y más odio a la nación dominante"; b) "ser su aspecto ridículo, y poco conforme a la pureza de nuestra religión".
            Areche recurre a los dos pretextos tradicionales del opresor: la falta de significado de lo propio del otro y el no-ajuste a cánones estéticos/morales. Lo que no puede ocultar (y la revolución de Tupac Amaru era un caso actual) es que en esos trajes se escondía un texto (un tejido, una escritura) y en esa escritura había lo que el llamaba "un odio a la nación dominante", o sea, un germen de rebelión.
            La sentencia abolía una cultura: las fiestas, las comedias, el sonido de las caracolas marinas, es decir, el modo de ser de los pobres. Pero sobre todo, vuelve a insistir, que "estos indios se despeguen del odio que han concebido contra los españoles y sigan los trajes que señalan las leyes, se vistan de nuestras costumbres españolas y hablen la lengua castellana..."[10]
            Trajes, costumbres y lengua deben "vestirse". Todo lo viviente y capaz de reproducción debe ser cubierto por el código del dominador que, como Narciso, se abstrae y autoerotiza encerrándose en un  "círculo de ideas", creando en el vacío el espejo donde sólo se refleja su propia imagen.
            Según Isabel Iriarte[11], el unco (o túnica de tapiz) "fue la prenda más característica y prestigiosa del período inca" y sus productores, los "cumbicamayos" - tejedores especializados de por vida y reunidos en talleres del estado en distintos puntos del imperio- estaban exentos de todo otro tipo de trabajo". La producción de los cumbicamayos estaba destinada a ser redistribuida como regalo del Inca. Dicha túnica, según la citada autora, "mantiene parte del vocabulario tradicional y le agrega elementos novedosos", "guarda una memoria de la grilla latente que definía las posibles áreas significativas de la estructura visual de la túnica en los ejemplos anteriores de la conquista" (p.76), activa mediante la ornamentación  los "motivos ajenos".
            Prohibidos los trajes, de modo que son muy pocos los que han sobrevivido al tiempo, los pintores coloniales los estampan en los cuadros que representan procesiones y fiestas religiosas como vestimenta de los portadores de estandartes, santos, instrumentos musicales; en una palabra, de la tradición censurada. A través de los adornos dibujados en los trajes pintados se estaba concretando una mediación entre la "memoria directa del pasado" y "el presente" encadenado.
            Por eso Areche manda destruir las pinturas (retratos) de los Incas que proliferaban "en las iglesias, monasterios, hospitales, lugares píos, casas particulares".[12]
            En los cuadros, los personajes vestían uncos, en los uncos  (guardas, líneas, colores, tocapus) el cumbi había escrito mensajes que recordaban memorias, pero que, también, paradójicamente, venían del porvenir.
            Lo que de modo tan suscinto acabamos de plantear no es, como podrían suponer ciertas corrientes intelectuales, indigenismo. El indigenismo, como sabemos, es otro de los inventos del dominador.
            Se trata, apenas, de investigar (o sea averiguar la posibilidad) de otra escritura en la escritura, de otra técnica en la técnica, de otra razón más allá de los pórticos custodiados a láser limpio por los "monstruos de la razón" europeo-occidental.




[1] ROJAS, Ricardo, Silabario de la decoración americana, Editorial Losada, Buenos Aires, 1953.
[2] ROJAS, Ricardo, cit. p.19.
[3] DARIO, Ruben, Poesías Completas, Aguilar, Madrid, 1975,  p.639.
[4] KUSCH, Rodolfo, Geocultura del hombre americano, García Cambeiro, Buenos Aires, 1976,
p. 112.
[5] DRAGHI LUCERO, Juan, Las mil y una noches argentinas, Plus Ultra, Buenos Aires, 1981, p.290.
[6] Algunas de las ideas aquí formuladas, así como las alusiones a Rodolfo Kusch, corresponden a su trabajo titulado Anotaciones para un estética de lo americano, Rev. Identidad, Ed. Fundación Ross, Segunda Epoca, Nº 1, Rosario, 1986, p.20 y sgs.
[7] Hemos recurrido para los datos y planteos principales que aquí se exponen a:  IMBELLONI, José, Religiosidad indígena americana, Ed. Castañeda, San Antonio de Padua (Buenos Aires), 1979, p. 96-97; BASTIDE, Roger, El prójimo y el extraño, Amorrortu, Buenos Aires, 1973,p. 203-304; URBANO, Enrique (compilador), Mito y simbolismo de los Andes. La figura y la palabra, Centro de Estudios Regionales Andinos Bartolomé de las Casas, Cusco, Perú, 1993. Reconocemos, en especial, nuestra deuda con el artículo de Thomas Cummins, p. 87 y sgs., titulado: "La representación en el Siglo XVI: la imagen colonial del Inca".
[8] IMBELLONI, J., cit. p.96-97
[9] DE ANGELIS, Pedro, Jose Gabriel Condorcanqui. Colección Obras y Documentos relativos a la Historia Antigua y Moderna de las Provincias del Rio de la Plata, Universidad Nacional de Jujuy, San Salvador de Jujuy, 1989,  p. 370 y sgs.
[10] DE ANGELIS, Pedro, cit. p.373
[11] En URBANO, Enrique, cit., "Las túnicas incas en la pintura colonial", p. 53 y sgs.
[12] DE ANGELIS, P., cit. p.374


TORRES ROGGERO, Jorge. “Silabario” en Silabario, año I, número 1, Cba, 1998. p. 11-19.